10.04.2007

Día de compras.

Le pagaron tan poco que pensó que no valía la pena ahorrar. Después de todo, éste era el sueldo de ese domingo en el que trabajó aún cuando el pecho le sangraba. Metafóricamente hablando, claro. Porque Margarita O. no ha sido apuñalada. Al menos no por un delincuente.

Con los tres billetes guardados en el bolsillo derecho de su pantalón, comenzó a caminar. Irse de copas con los amigos estaba descartado. No andaba con ánimo de cerverzas ni fiesta. En los últimos días se había vuelto introvertida y silenciosa. Algo en ella estaba cambiando.

Decidió que iría a la feria de antiguedades en búsqueda de un objeto fantástico e irreal. Margarita O. caminó varias cuadras, pensando en lo que le gustaría encontrarse. Una armadura, un tocadiscos, o un sombrero de militar ruso. También le gustaría un perfumero, un collar de perlas o un libro con poemas de Rimbaud en francés.

Después de varias cuadras caminando bajo el sol de octubre, finalmente llegó a la feria de avenida Uruguay. Como siempre, los objetos estaban puestos sobre manteles ordenados, uno al lado del otro, a lo largo de la vereda. Libros, ropa, joyas, artesanía, vajilla; era tanta la oferta. Incluso podía comprar gomas para las llaves, desatornilladores y clavos.

Pero fue un lápiz dorado, con una pequeña rosa plateada, el objeto que finalmente llamó su atención. - ¿De qué año es?- preguntó y el sujeto del puesto le inventó una historia tan buena que decidió comprarlo. Claro que el lápiz no era de ningún ex Presidente de la República y de seguro que con él jamás se firmó un documento secreto para impedir una guerra con Argentina, pero por un relato como ese bien valía la pena gastar la mitad de uno de sus billetes.

- Pagar por una buena historia nunca es un derroche- pensó Margarita O. cuando tomaba el tren de regreso a Quillota, con un lápiz usado en sus manos.