12.30.2007

Margarita O. perdió la voz

Evitó hablar con la gente por varios días, por eso se quedó sin voz. La mañana del domingo cuando quiso comprar pan para el desayuno, Margarita O. se dio cuenta de que de su boca no salió nada. Sus palabras no fueron más que una forzosa expiración de aire tibio.
Silenciosa regresó a casa. Era una calurosa mañana de domingo. El último del 2007 y Valparaíso despertaba de la resaca colorida de los carnavales culturales. Margarita O. caminaba entre botellas y vasos vacíos tirados en la acera. En algunos escaños todavía dormían algunos jóvenes abandonados a su suerte cuando se volvieron borrachos odiosos.
Con cada paso que daba, Margarita O. se sentía más desanimada. Le molestó un poco saber que el mutismo era obligatorio y no voluntario. Callar era más entretenido cuando sabías que en cualquier momento podías abrir la boca y lanzar dardos certeros.
Una vez en el departamento, se quitó la ropa y se metió en la cama. En un día más se acabaría por fin el 2007. Estaba ansiosa por terminar un año que le pareció hostil y tormentoso, pero no podía dejar de sentir miedo por los próximos doce meses que venían. ¿Y si todo empeoraba? Nadie le garantizaba que el 2008 sería mejor.
Margarita O. tomó el teléfono. Marcó el número de Diego y quiso invitarlo a la casa. Pensó que era el momento de dejar de estar encerrada y sola. Le vendría bien un poco de cariño. -¿Aló?- dijo Diego. El llamado interrumpió su sueño - ¿Aló?- volvió a decir. Y al no obtener respuesta colgó.
Margarita O. rompió en llanto. Uno silencioso que dolía en el pecho. Ya no quería seguir en silencio. No ahora.

12.18.2007

margarita o. en silencio.

Margarita O. se queda sola. Por la ventana ve como Gabriel se aleja nuevamente. En sus manos sostiene un tazón tibio de leche recién hervida con un poco de canela. Está frío y húmedo el ambiente que debe transformarse pronto en su hogar.

Antes de irse, Gabriel se acercó a ella y la abrazó con fuerza. MargaritaO. Volvió a sentir el olor de su piel y la calidez de su pecho. –Perdóname, perdóname – susurró en su oído. Ella quiso decirle que no lo odiaba, que seguía amándolo, pero guardó silencio. Quizás era bueno que Gabriel pidiera perdón.

- Jamás quise hacerte daño – dijo. Tenía los ojos húmedos y las ojeras más marcadas que nunca – Perdóname, perdóname, Margarita O- repetía abrazándola con fuerza, como si quisiera hundirla en su carne.

Ella disfrutaba volver a sus brazos y sentir el calor de su cuerpo otra vez. Quería decirle que no importaba, que un beso suyo bastaba para sacarse de la cabeza ese dolor que la consumió cuando se marchó. Quería tomar su mano y sonreírle. Contarle que esperaba y que jamás dejó de amarlo. Tanto quería expresar, pero no lo hacía. Prefirió guardar silencio. Al menos por ahora.

12.16.2007

café con sal

"I'm only sleeping" suena y Gabriel corea junto a Lennon y McCartney, mientras intenta armar cama. No es muy diestro con martillos y desatornilladores.
Margarita O. ordena platos en el mueble de cocina. Huele a pintura y encierro en el nuevo departamento emplazado en la falda del cerro.
Llevan dos horas ordenando la nueva casa de Margarita O. A veces se hablan, otras callan. Tienen miedo de que en las palabras se les escape algún reproche del pasado, pero tampoco quieren que el silencio otorgue. Es difícil este reencuentro.
- ¿Te preparo un café? - ofrece Margarita O. Gabriel está tirado en el piso, intentando atornillar un perno rodado.
- Bueno, tengo un poco de frío. Es helada tu casa nueva- dice sonriendo. Se levanta y la acompaña a la cocina.
Gabriel está más flaco que nunca. Huesudo, pálido y con los mechones rubios cayéndole sobre la espalda. Parece cansado y algo triste. Los ojos le brillan cada vez menos. A Margarita O. le dan ganas de abrazarlo y volver a respirar el olor de su cuello. Le da pena saber que ya no puede acercarse a él.
De la despensa saca una tazón rosado. Mezcla café y azúcar sin dejar de pensar en la tristeza que transmite Gabriel. Vierte agua y revuelve. "Una de café y tres de azúcar", piensa y sonríe con algo de nostalgia. Hace varios meses que no preparaba esa receta.
Le pasa el tazón. El sonríe. Gabriel también quisiera abrazarla, pero no se atreve. Se siente terrible por haberla dañado y le dan ganas de pedirle perdón. No lo hace. Aún no es el momento. La mira. Le gusta el brillo de los ojos de Margarita O. La nota tranquila y serena. Le gusta verla así. Bebe el café.
-Me cagaste- dice y escupe el café dentro de la taza - Lo hiciste con sal -
Ambos se ríen y Gabriel corre al lavaplatos para enjuagarse la boca.

12.12.2007

y nadie dijo nada

Margarita O. va sentada junto a la ventana. La roñosa camioneta blanca la maneja un tal Pipe. Al medio, y más tieso que nunca, está Gabriel. El vehículo se encamina veloz por la avenida España rumbo a Valparaíso. El Pipe quiere terminar el servicio luego para irse a la graduación del kinder de su hija chica. Los otros dos, para ponerle fin la incómoda situación.
En la radio suenan unas baladas románticas que cantan de traiciones, noches solitarias y amor que duele. El soundtrack hace mucho más tenso el viaje. Pareciera que todas esas canciones fueron escritas para Margarita O. y Gabriel.
Después de tantos meses estuvieron frente a frente, fingiendo la mejor sonrisa mientras embalaban decenas de cajas donde se guardaba la nueva historia de ella. Pipe subía y bajaba por las escaleras del edificio, y ellos dos pretendían que no había pasado nada.
Gabriel le contó que había congelado la carrera y que últimamente estaba tocando guitarra mejor que nunca. Margarita O. le habló sobre su nuevo trabajo y sus intensiones de viajar al extranejero pronto. Todo como si nunca nadie hubiera llorado.
Pensaron que hablando dejarían de sentirse tensos e incómodos. Pero cuando las palabras se acabaron, no les quedó otra que mirarse y saber que ambos estaban sufriendo. Uno por herir y el otro por ser herido.
Ahora, cuando una mexicana de voz aguda canta sobre un maldito e injusto amor, Gabriel y Margarita O. guardan silencio. Ninguno sabe qué quiere decirle al otro.

12.09.2007

Adiós a la Punta del Mar

Metió todo lo que pudo dentro de grandes cajas. El problema fueron los recuerdos. ¿Qué hacía con todos esos fantasmas que la acompañaron por dos meses?. A eso del mediodía, Margarita O. ya tenía todo empacado. Estaba esperando al fletes que le ayudaría en la mudanza cuando un número desconocido llamó a su celular.
- ¿Aló? - dijo. Estaba fumándose el último cigarro en ese balcón con vista de postal.
- Hola, Margarita. ¿Cómo estás? - saludó y a Margarita se le cayó el cigarro de la mano. Era él. Después de tantas semanas de silencio, Gabriel llamaba y ella no sabía qué hacer ni qué decir. Tenía el corazón acelerado y se había puesto blanca como el papel - ¿Maggie? ¿Maggie me escuchas? -
- Sí... Hola - logró decir. Se sentía temblorosa. La camioneta del fletes acababa de estacionarse.
- ¿Estás ocupada? - dijo. Su voz seguía siendo la misma de siempre.
- Me estoy cambiando de casa - contestó, buscando las llaves para abrirle al fletes. Dos personas se veían en el vehículo blanco de doble cabina aparcado en la puerta del edificio.
- Lo sé. Baja a abrirnos, por favor. Asumo que tendremos una larga mañana de mudanzas - dijo.
Margarita tuvo que tirarse al sillón. No podía creer lo que estaba pasando.

12.04.2007

Hubo una vez un Gabriel.

Gabriel apareció en la historia una fría noche de invierno. Era junio y Margarita O. salió a dar un paseo cuando se lo encontró en un paradero de micros. Era bajo, huesudo y pálido. Rubios y lacios mechones caían por sus hombros. Tenía demasiada nostalgia en su corazón. Lo acusaban sus ojos tristes y sus labios silenciosos.
Margarita O. lo amó desde desde el primer momento y él también. Se parecían tanto, eran tan buena compañía. Les gustaba matar las noches componiendo canciones o mirando el techo después de fumarse unos caños. Eran felices comiendo completos sin vienesas y paseando bajo la lluvia. Eran esos días en los que Margarita O. sentía que su vida era fantástica e irreal.
Gabriel le dijo que al verla por primera vez él pensó que quería mirarla por toda la vida. Amarse fue inevitable. Aún sabiendo que el amor no es eterno, Margarita O. confió y le entregó todo -y más- de lo que tenía para dar.
Por más de un año, Margarita O. y Gabriel fueron uno sólo. Frente al mundo eran la pareja perfecta. Amorosos, fieles y enamorados. Sin embargo, ella tenía mucha pena y él demasiado miedo de la eternidad. Como cáncer pernicioso, un frío se fue expandiendo en sus corazones y sin darse cuenta una noche se les olvidó el amor. Margarita O. sentía que todo estaba perdido y la sonrisa del ayer era una mueca dolorosa en el presente. Gabriel pensaba que ella estaba hundida en su propia mierda y no tenía ni ganas -ni interés- en sacarla de ahí. Así perdieron la fe.
- Perdóname, pero no quiero quererte más de lo que te quiero - le dijo Gabriel, sin entender lo que estaba diciendo. Sólo pensaba alejarse, salir corriendo y dejar de quererla pronto.
Margarita O. lloró y no dijo nada. No valía la pena preguntar el por qué. Se despidió de él y prometió seguir adelante y nunca jamás volver a enamorarse. -Esto del amor es sólo para masoquistas- dijo secándose las lágrimas. Y desde ese día no ha vuelto a verlo, pese a que todos los días se acuerda de él.