Evitó hablar con la gente por varios días, por eso se quedó sin voz. La mañana del domingo cuando quiso comprar pan para el desayuno, Margarita O. se dio cuenta de que de su boca no salió nada. Sus palabras no fueron más que una forzosa expiración de aire tibio.
Silenciosa regresó a casa. Era una calurosa mañana de domingo. El último del 2007 y Valparaíso despertaba de la resaca colorida de los carnavales culturales. Margarita O. caminaba entre botellas y vasos vacíos tirados en la acera. En algunos escaños todavía dormían algunos jóvenes abandonados a su suerte cuando se volvieron borrachos odiosos.
Con cada paso que daba, Margarita O. se sentía más desanimada. Le molestó un poco saber que el mutismo era obligatorio y no voluntario. Callar era más entretenido cuando sabías que en cualquier momento podías abrir la boca y lanzar dardos certeros.
Una vez en el departamento, se quitó la ropa y se metió en la cama. En un día más se acabaría por fin el 2007. Estaba ansiosa por terminar un año que le pareció hostil y tormentoso, pero no podía dejar de sentir miedo por los próximos doce meses que venían. ¿Y si todo empeoraba? Nadie le garantizaba que el 2008 sería mejor.
Margarita O. tomó el teléfono. Marcó el número de Diego y quiso invitarlo a la casa. Pensó que era el momento de dejar de estar encerrada y sola. Le vendría bien un poco de cariño. -¿Aló?- dijo Diego. El llamado interrumpió su sueño - ¿Aló?- volvió a decir. Y al no obtener respuesta colgó.
Margarita O. rompió en llanto. Uno silencioso que dolía en el pecho. Ya no quería seguir en silencio. No ahora.