Metió todo lo que pudo dentro de grandes cajas. El problema fueron los recuerdos. ¿Qué hacía con todos esos fantasmas que la acompañaron por dos meses?. A eso del mediodía, Margarita O. ya tenía todo empacado. Estaba esperando al fletes que le ayudaría en la mudanza cuando un número desconocido llamó a su celular.
- ¿Aló? - dijo. Estaba fumándose el último cigarro en ese balcón con vista de postal.
- Hola, Margarita. ¿Cómo estás? - saludó y a Margarita se le cayó el cigarro de la mano. Era él. Después de tantas semanas de silencio, Gabriel llamaba y ella no sabía qué hacer ni qué decir. Tenía el corazón acelerado y se había puesto blanca como el papel - ¿Maggie? ¿Maggie me escuchas? -
- Sí... Hola - logró decir. Se sentía temblorosa. La camioneta del fletes acababa de estacionarse.
- ¿Estás ocupada? - dijo. Su voz seguía siendo la misma de siempre. - Me estoy cambiando de casa - contestó, buscando las llaves para abrirle al fletes. Dos personas se veían en el vehículo blanco de doble cabina aparcado en la puerta del edificio.
- Lo sé. Baja a abrirnos, por favor. Asumo que tendremos una larga mañana de mudanzas - dijo.
Margarita tuvo que tirarse al sillón. No podía creer lo que estaba pasando.