11.30.2007

¿hay alguien ahí?

Margarita O. está sola. Desde su balcón mira la luna llena y se pregunta cuándo podrá disfrutarla con alguien tomándole la mano.
Acaba de ver una película romántica con final feliz y se siente algo triste. A veces siente que el destino nunca le permitirá vivir un amor de esos intensos, sinceros y apasionados que se muestran en la pantalla. Margarita O. quisiera que alguien se enamorara de ella como los galanes se enamoran de las protagonistas en los romance del séptimo arte. Nunca ha sucedido. De momento, sólo han sido años de fracasos y desiluciones. De historias que de amor tuvieron poco y nada.
Margarita O. enciende un cigarro y piensa en todas esas frases que le gustaría que alguien le dijera. Escuchar un "te amo" y creerlo. Sentir que es el centro del universo en la vida de otro y confiar en que sí existe un para siempre. Como le gustaría ser protagonista de una de esas películas. Como quisiera que alguien quisiera dormir con ella durante todas las noches que les quedan por vivir.
Margarita O. suspira y piensa en ese amor que tanto espera y se rehusa a llegar.

11.25.2007

seca.

Margarita O. amaneció enferma. Desde que abrió los ojos no ha parado de vomitar y siente la cabeza en llamas.
Lleva tres horas pegada al water y cada vez se siente más débil. Hace rato que no le queda en el estómago, pero el vomito no cede. Margarita O. piensa que se va a secar si no para.

11.23.2007

Playa

Margarita O. está tendida bajo el sol. Usa un bikini negro que deja al descubierto los excesos de dulces alrededor de su cintura. En la cabeza lleva un pañuelo rojo a lunares que esconde sus pelos rebeldes.
Es un viernes caluroso. 29 grados dice el barómetro clavado en la arena y los dos incendios forestales en lo alto de la ciudad no ayudan en nada. Es una tarde de sudor y letargo. Los oficinistas que pasean por la avenida de palmeras miran con un dejo de envidia a quienes se bañan en la fría costa chilena.
La piel de Margarita O. huele a piña y coco. Está cubierta de un aceite que promete un bronceado instantáneo y duradero. Tiene los ojos cerrados y le arden las mejillas. Sabe que más tarde el ardor se extenderá por todo el cuerpo.
Margarita O. piensa que bronceada es una persona más alegre y por eso está entregada al sol. Está convencida que procesa mejor el litio en verano y por se da ánimo para seguir pegoteada en la arena.
Últimamente se ha sentido más triste que de costumbre. Extraña a Gabriel y a ella cuando estaba con él. El otro día le dieron ganas de llamarlo, pero sólo bastó recordar lo que le dijo al marcharse para que las ganas se esfumaran.
Ahora toma sol y a veces se le caen un par de lágrimas. Todavía lo ama, pero él ya no es el mismo y ese amor se pierde en el espacio. Margarita O. planea que el sol le evapore todo ese mal y así poder tener una noche tranquila. Lleva tres horas ahí y todavía no pasa nada.

11.20.2007

¿Me quieres?

Diego y Margarita O. están sentados a los pies un árbol. A su alrededor, escolares cimarreros, enamorados nostálgicos y ancianos solitarios pasean por los prados de la Quinta Vergara. Es una tarde calurosa y con olor a humo. Dos incendios forestales en lo alto son los culpables.
Bajo un frondoso castaño, Diego y Margarita O. se besan. Él la acaricia suavamente por la cintura y ella se deja querer. Así han estado gran parte de esta tarde.
- Me gusta estar contigo- dice en su oído y ella sonríe - ¿A ti te gusta estar conmigo? -
- Sí- responde y lo besa en la mejilla - Lo pasamos bien, ¿ o no? -
- Claro que sí, mi Margarita-
Ambos sonríen. Tienen esa expresión que sólo se tiene cuando las mariposas amarillas aletean fuerte en tu estómago. Es la cara del enamoramiento y esos primeros días donde todo aún es color de rosa.
- Margarita, ¿tú me quieres? - pregunta Diego y algo de angustia se deja ver desde sus ojos. Él se lo ha dicho tantas veces sin recibir respuesta alguna.
- ¿Y a qué se debe la pregunta?- contesta intentado disimular su incomodidad. De pronto ya no sonríe. Querer no es algo que esté en sus planes.
- Yo te quiero y mucho, entonces quiero saber si tú sientes lo mismo - dice nervioso. Siente una vibra negativa en el ambiente. Las risas se acabaron y de pronto ella se aleja. Sigue sentada junto a él, pero se ve distante y ajena - Lo siento, no quise enojarte... -
- No me enojé. No pasa nada - dice intentando sonreir. Lo besa para que él sonreía, pero no sucede nada - Ya, no seas exagerado. Si no me enojé. Todo está bien -
Diego se traga toda la angustia que siente y sonríe de mentira. Ella lo besa nuevamente y luego siguen bajo el castaño como si nada hubiera pasado.

11.17.2007

Barreras

- Te echaba de menos- le dijo Diego al verla. Su polera olía a Axé y el cabello a champú Pilotonic de manzana.
La besó de inmediato con pasión y ternura, pero Margarita O. no sintió mariposas en su estómago. De hecho, no sintió nada, por eso lo alejó.
- Tengo un poco de hambre, ¿comamos algo?- propuso sin mirarlo. Era triste no poder quererlo como a Gabriel.

11.14.2007

Sin uñas

Estación Villa Alemana, 17.10 horas. Como de costumbre, el calor es sofocante en esta ciudad perdida entre Quillota y Valparaíso. Y eso que al menos hoy corre una brisa tibia que algo refresca.
Margarita O. y su bolso de lunares esperan el tren con destino a Limache. Tuvo que hacer un transbordo o mejor dicho, quiso hacerlo. A decir verdad, no quiere llegar a su casa y por eso busca pretextos para demorarse.
Sentada en el andén, Margarita O. escribe en un cuaderno los temas que le presentará mañana al editor en Santiago. Entre idea e idea se ha fumado diez cigarros y ya no le quedan uñas. Hace siglos que no se sentía tan nerviosa.
No se lo ha dicho a nadie, pero la llamaron de una revista santiaguina y le dijeron que quizás era lo que estaban buscando. Ahora Margarita O. tiene la presión de haber sido considerada y por más que piensa no logra encontrar una propuesta que cumpla con las expectativas del editor. Eso cree ella y la angustia crece con cada minuto.
- En verdad no soy ni la mitad de cool de lo que la gente cree- piensa algo triste cuando el tren al fin llega a por ella.

11.12.2007

Guindas y helado de piña

Diego lleva más de una hora llamándola con insistencia. La última vez que vio las llamadas perdidas tenía treinta. Y ahora, mientras lava las guindas recién compradas, la pantalla de su celular se enciende una y otra vez. "Diego llamando".
Margarita O. no quiere contestarle. No tiene ganas de salir a buscar momentos fantásticos e irreales en Valparaíso. A decir verdad, ni siquiera tiene ganas de verlo. Hoy tiene ganas de estar en silencio y sola. Diego sería un estorbo en su tarde de helado de piñay guindas frescas.
- Soy una hueona rara- piensa mientras come, sentada junto a la ventana. El mar parece una taza de leche y las casas de colores resplandecen bajo los rayos del sol. Es una postal alegre de una tarde de noviembre.
La pantalla sigue encendiéndose. La llamada silenciosa insiste esperando a que alguien conteste al fin. Y mientras Margarita O. disfruta un helado con sabor a carnaval, Diego se preocupa pensnado que quizás un camión atropelló a su margarita y la ha perdido para siempre.
-Vamos, contesta... - se repite una y otra vez - Margarita, contesta el puto celular -
Horas más tarde, a ella le dolió la panza por comer tanto helado; a Diego, el corazón.

11.10.2007

Bjork es una margarita.

El vivero apareció de la nada. La mujer que atendía insistió en que siempre estuvo ahí, pero Margarita O. está segura que fue una sorpresa fantástica e irreal del destino.
Las margaritas costaban $550 y venían en unas macetas de lata. -¿Cuántas quieres? - preguntó la mujer de amable sonrisa. Adentro del vivero el calor era sofocante y faltaba aire. Lo único bueno era el olor a tierra húmeda que escapaba de las macetas.
-Sólo quiero una - contestó Margarita O. mientras se agachaba sobre las flores para escoger la suya. Dos margaritas iban a ser un problema. No quiso ni imaginar el caos que se armaría con una tercera.
Eligió una maceta que sólo tenía una flor. Todas las otras latas tenían varias margaritas asomándose desde la tierra mojada. -Es como una solitaria como yo- pensó al tomarla entre sus manos - Me llevo ésta - le dijo a la mujer de mejillas rosadas.
Tomó el colectivo y sentó a la margarita en sus piernas. Quiso hablarle, pero no supo qué decirle. Por la actitud de la flor, desganada y algo decaída, pensó ella también sentía lo mismo. A Margarita O. le agradó saber que tenían las mismas reacciones.
Ya en su casa, se sentó junto a la margarita. Miraban el mar desde la solitaria terraza del departamento -Decidí que te llamarás Bjork- le dijo sonriendo. Ya le estaba gustando su compañía. -¿Te gusta el nombre? Bjork , la verdadera, sólo hace cosas bellas e irreales. Se parece a ti -
Pero la margarita respondió con fría indiferencia y siguió con los pétalos caídos. A decir verdad, esa margarita que le hablaba no le interesaba en lo más mínimo. Al menos por ahora.

11.09.2007

Después

Diego vive en el Cerro Polanco, en una casa que se caerá en cualquier momento. Comparte la vida con tres compañeros que abandonaron la filosofía universitaria para aprenderla en el día a día. Dice que son como hermanos y los quiere incluso más que a los que llevan su propia sangre.
Tiene 26 años, un kiltro flacuchento que responde al nombre de "Bob Dylan" y un tatuaje en el brazo derecho con un dibujo que ni el mismo entiende. Llegó hace siete años desde Santiago y está contento de haberse escapado a vivir en los cerros porteños. Cree que no hay escenario más perfecto que ese que se da entre tanta subida y bajada.
Trabaja lavando platos en un restorán del Cerro Alegre y cuando no está con las manos perdidas en agua jabonada, camina por todos lados. La paga no es muy buena, pero le alcanza para mantenerse y permitirse ciertos vicios.
Hace unos meses terminó una relación de dos años y medio. Una mañana se levantó y sintió que la mujer que dormía a su lado era una desconocida. Le pidió un tiempo y ella se llevó el cepillo de dientes guardaba en su baño. Nunca más volvió a saber de ella. A veces se siente solo, pero está convencido que el destino le tiene preparado algo bueno. Eso quiere creer.
- Y tú, ¿quién eres? - preguntó, apagando la colilla del cigarro. Del jugo de frutas ya no quedaba nada y el reloj decía que eran más de las tres de la tarde.
Margarita O. guardó silencio. La pregunta siempre la descolocaba.

11.03.2007

En el cementerio

Margarita O. llegó temprano al cementerio. Llevaba un ramo de rosas blancas, las preferidas de su abuela. Hace mucho tiempo que no visitaba un campo santo. Por lo general ese ambiente de silencio, solemnidad y nostalgia la deprimía. No así hoy. Ahora era lo que más necesitaba. Un poco de calma en medio de la efervescencia de la ciudad.
Se arrodilló junto a la tumba, mientras una bandada de gaviotas volaba sobre su cabeza en dirección al cielo. Era una mañana despejada que anunciaba una tarde calurosa y soleada en Valparaíso.
En el nicho donde yacen los restos de Ema Catalina, hay un epitafio a la memoria de quien fuera una esposa, madre y abuela ejemplar. Poetisa, profesora rural y amante incondicional, Margarita O. siente que todo lo que es se lo debe a esa mujer. - Me habría gustado poder conocerte más, abuela - pensó mientras acomodaba las primeras flores sobre uno de los gastados floreros.
Las rosas blancas se fusionaron con el mármol de la lápida. Margarita O. trató de imaginar cómo luciría el rostro de su abuela en vida al ver el ramo de flores en sus manos. Era demasiado niña cuando ella partió. Nunca alcanzó a llevárselas mientras su corazón aún latía y eso no dejaba de atormentarla. Sentía que esa abuela a la que poco conoció habría sido de gran ayuda para entenderse a ella misma.
-Perdona, ¿podrías decirme quién eres tú? - interrumpió una voz ronca. Margarita O. se volteó y vio a un joven de cabellera castaña y ojos miel.
-¿Qué?- exclamó asombrada. La pregunta le pareció toalmente impertinente para el momento -¿Qué te importa? -
-Perdón, perdón - contestó arrodillándose junto a ella - Me pareciste muy linda. Eso es todo. ¿Te estoy molestando? -
- No, no sé. Es que estoy acá rezándole a mi abuela y tú me preguntas que quién soy. Me frikió un poco. Eso es - dijo, ahora algo avergonzada. El joven le pareció atractivo, sobre todo por la intensidad de su mirada - Me llamo MargaritaO. ¿y tú? -
- Diego. Diego El Mago- susurró cerca de su oído, estremeciéndola.
- ¿Y qué hace Diego El Mago en el cementerio tan temprano? - preguntó, mientras se levantaba. Se puso muy nerviosa. Demasiado.
-Estaba buscando flores marchitas para revivir con mis dedos mágicos - dijo sonriendo -¿Te gustaría ir a tomar un jugo conmigo?-
Margarita O. sonrió y pensó que no le venía mal un jugo de frutas para continuar el día.