12.30.2007

Margarita O. perdió la voz

Evitó hablar con la gente por varios días, por eso se quedó sin voz. La mañana del domingo cuando quiso comprar pan para el desayuno, Margarita O. se dio cuenta de que de su boca no salió nada. Sus palabras no fueron más que una forzosa expiración de aire tibio.
Silenciosa regresó a casa. Era una calurosa mañana de domingo. El último del 2007 y Valparaíso despertaba de la resaca colorida de los carnavales culturales. Margarita O. caminaba entre botellas y vasos vacíos tirados en la acera. En algunos escaños todavía dormían algunos jóvenes abandonados a su suerte cuando se volvieron borrachos odiosos.
Con cada paso que daba, Margarita O. se sentía más desanimada. Le molestó un poco saber que el mutismo era obligatorio y no voluntario. Callar era más entretenido cuando sabías que en cualquier momento podías abrir la boca y lanzar dardos certeros.
Una vez en el departamento, se quitó la ropa y se metió en la cama. En un día más se acabaría por fin el 2007. Estaba ansiosa por terminar un año que le pareció hostil y tormentoso, pero no podía dejar de sentir miedo por los próximos doce meses que venían. ¿Y si todo empeoraba? Nadie le garantizaba que el 2008 sería mejor.
Margarita O. tomó el teléfono. Marcó el número de Diego y quiso invitarlo a la casa. Pensó que era el momento de dejar de estar encerrada y sola. Le vendría bien un poco de cariño. -¿Aló?- dijo Diego. El llamado interrumpió su sueño - ¿Aló?- volvió a decir. Y al no obtener respuesta colgó.
Margarita O. rompió en llanto. Uno silencioso que dolía en el pecho. Ya no quería seguir en silencio. No ahora.

12.18.2007

margarita o. en silencio.

Margarita O. se queda sola. Por la ventana ve como Gabriel se aleja nuevamente. En sus manos sostiene un tazón tibio de leche recién hervida con un poco de canela. Está frío y húmedo el ambiente que debe transformarse pronto en su hogar.

Antes de irse, Gabriel se acercó a ella y la abrazó con fuerza. MargaritaO. Volvió a sentir el olor de su piel y la calidez de su pecho. –Perdóname, perdóname – susurró en su oído. Ella quiso decirle que no lo odiaba, que seguía amándolo, pero guardó silencio. Quizás era bueno que Gabriel pidiera perdón.

- Jamás quise hacerte daño – dijo. Tenía los ojos húmedos y las ojeras más marcadas que nunca – Perdóname, perdóname, Margarita O- repetía abrazándola con fuerza, como si quisiera hundirla en su carne.

Ella disfrutaba volver a sus brazos y sentir el calor de su cuerpo otra vez. Quería decirle que no importaba, que un beso suyo bastaba para sacarse de la cabeza ese dolor que la consumió cuando se marchó. Quería tomar su mano y sonreírle. Contarle que esperaba y que jamás dejó de amarlo. Tanto quería expresar, pero no lo hacía. Prefirió guardar silencio. Al menos por ahora.

12.16.2007

café con sal

"I'm only sleeping" suena y Gabriel corea junto a Lennon y McCartney, mientras intenta armar cama. No es muy diestro con martillos y desatornilladores.
Margarita O. ordena platos en el mueble de cocina. Huele a pintura y encierro en el nuevo departamento emplazado en la falda del cerro.
Llevan dos horas ordenando la nueva casa de Margarita O. A veces se hablan, otras callan. Tienen miedo de que en las palabras se les escape algún reproche del pasado, pero tampoco quieren que el silencio otorgue. Es difícil este reencuentro.
- ¿Te preparo un café? - ofrece Margarita O. Gabriel está tirado en el piso, intentando atornillar un perno rodado.
- Bueno, tengo un poco de frío. Es helada tu casa nueva- dice sonriendo. Se levanta y la acompaña a la cocina.
Gabriel está más flaco que nunca. Huesudo, pálido y con los mechones rubios cayéndole sobre la espalda. Parece cansado y algo triste. Los ojos le brillan cada vez menos. A Margarita O. le dan ganas de abrazarlo y volver a respirar el olor de su cuello. Le da pena saber que ya no puede acercarse a él.
De la despensa saca una tazón rosado. Mezcla café y azúcar sin dejar de pensar en la tristeza que transmite Gabriel. Vierte agua y revuelve. "Una de café y tres de azúcar", piensa y sonríe con algo de nostalgia. Hace varios meses que no preparaba esa receta.
Le pasa el tazón. El sonríe. Gabriel también quisiera abrazarla, pero no se atreve. Se siente terrible por haberla dañado y le dan ganas de pedirle perdón. No lo hace. Aún no es el momento. La mira. Le gusta el brillo de los ojos de Margarita O. La nota tranquila y serena. Le gusta verla así. Bebe el café.
-Me cagaste- dice y escupe el café dentro de la taza - Lo hiciste con sal -
Ambos se ríen y Gabriel corre al lavaplatos para enjuagarse la boca.

12.12.2007

y nadie dijo nada

Margarita O. va sentada junto a la ventana. La roñosa camioneta blanca la maneja un tal Pipe. Al medio, y más tieso que nunca, está Gabriel. El vehículo se encamina veloz por la avenida España rumbo a Valparaíso. El Pipe quiere terminar el servicio luego para irse a la graduación del kinder de su hija chica. Los otros dos, para ponerle fin la incómoda situación.
En la radio suenan unas baladas románticas que cantan de traiciones, noches solitarias y amor que duele. El soundtrack hace mucho más tenso el viaje. Pareciera que todas esas canciones fueron escritas para Margarita O. y Gabriel.
Después de tantos meses estuvieron frente a frente, fingiendo la mejor sonrisa mientras embalaban decenas de cajas donde se guardaba la nueva historia de ella. Pipe subía y bajaba por las escaleras del edificio, y ellos dos pretendían que no había pasado nada.
Gabriel le contó que había congelado la carrera y que últimamente estaba tocando guitarra mejor que nunca. Margarita O. le habló sobre su nuevo trabajo y sus intensiones de viajar al extranejero pronto. Todo como si nunca nadie hubiera llorado.
Pensaron que hablando dejarían de sentirse tensos e incómodos. Pero cuando las palabras se acabaron, no les quedó otra que mirarse y saber que ambos estaban sufriendo. Uno por herir y el otro por ser herido.
Ahora, cuando una mexicana de voz aguda canta sobre un maldito e injusto amor, Gabriel y Margarita O. guardan silencio. Ninguno sabe qué quiere decirle al otro.

12.09.2007

Adiós a la Punta del Mar

Metió todo lo que pudo dentro de grandes cajas. El problema fueron los recuerdos. ¿Qué hacía con todos esos fantasmas que la acompañaron por dos meses?. A eso del mediodía, Margarita O. ya tenía todo empacado. Estaba esperando al fletes que le ayudaría en la mudanza cuando un número desconocido llamó a su celular.
- ¿Aló? - dijo. Estaba fumándose el último cigarro en ese balcón con vista de postal.
- Hola, Margarita. ¿Cómo estás? - saludó y a Margarita se le cayó el cigarro de la mano. Era él. Después de tantas semanas de silencio, Gabriel llamaba y ella no sabía qué hacer ni qué decir. Tenía el corazón acelerado y se había puesto blanca como el papel - ¿Maggie? ¿Maggie me escuchas? -
- Sí... Hola - logró decir. Se sentía temblorosa. La camioneta del fletes acababa de estacionarse.
- ¿Estás ocupada? - dijo. Su voz seguía siendo la misma de siempre.
- Me estoy cambiando de casa - contestó, buscando las llaves para abrirle al fletes. Dos personas se veían en el vehículo blanco de doble cabina aparcado en la puerta del edificio.
- Lo sé. Baja a abrirnos, por favor. Asumo que tendremos una larga mañana de mudanzas - dijo.
Margarita tuvo que tirarse al sillón. No podía creer lo que estaba pasando.

12.04.2007

Hubo una vez un Gabriel.

Gabriel apareció en la historia una fría noche de invierno. Era junio y Margarita O. salió a dar un paseo cuando se lo encontró en un paradero de micros. Era bajo, huesudo y pálido. Rubios y lacios mechones caían por sus hombros. Tenía demasiada nostalgia en su corazón. Lo acusaban sus ojos tristes y sus labios silenciosos.
Margarita O. lo amó desde desde el primer momento y él también. Se parecían tanto, eran tan buena compañía. Les gustaba matar las noches componiendo canciones o mirando el techo después de fumarse unos caños. Eran felices comiendo completos sin vienesas y paseando bajo la lluvia. Eran esos días en los que Margarita O. sentía que su vida era fantástica e irreal.
Gabriel le dijo que al verla por primera vez él pensó que quería mirarla por toda la vida. Amarse fue inevitable. Aún sabiendo que el amor no es eterno, Margarita O. confió y le entregó todo -y más- de lo que tenía para dar.
Por más de un año, Margarita O. y Gabriel fueron uno sólo. Frente al mundo eran la pareja perfecta. Amorosos, fieles y enamorados. Sin embargo, ella tenía mucha pena y él demasiado miedo de la eternidad. Como cáncer pernicioso, un frío se fue expandiendo en sus corazones y sin darse cuenta una noche se les olvidó el amor. Margarita O. sentía que todo estaba perdido y la sonrisa del ayer era una mueca dolorosa en el presente. Gabriel pensaba que ella estaba hundida en su propia mierda y no tenía ni ganas -ni interés- en sacarla de ahí. Así perdieron la fe.
- Perdóname, pero no quiero quererte más de lo que te quiero - le dijo Gabriel, sin entender lo que estaba diciendo. Sólo pensaba alejarse, salir corriendo y dejar de quererla pronto.
Margarita O. lloró y no dijo nada. No valía la pena preguntar el por qué. Se despidió de él y prometió seguir adelante y nunca jamás volver a enamorarse. -Esto del amor es sólo para masoquistas- dijo secándose las lágrimas. Y desde ese día no ha vuelto a verlo, pese a que todos los días se acuerda de él.

11.30.2007

¿hay alguien ahí?

Margarita O. está sola. Desde su balcón mira la luna llena y se pregunta cuándo podrá disfrutarla con alguien tomándole la mano.
Acaba de ver una película romántica con final feliz y se siente algo triste. A veces siente que el destino nunca le permitirá vivir un amor de esos intensos, sinceros y apasionados que se muestran en la pantalla. Margarita O. quisiera que alguien se enamorara de ella como los galanes se enamoran de las protagonistas en los romance del séptimo arte. Nunca ha sucedido. De momento, sólo han sido años de fracasos y desiluciones. De historias que de amor tuvieron poco y nada.
Margarita O. enciende un cigarro y piensa en todas esas frases que le gustaría que alguien le dijera. Escuchar un "te amo" y creerlo. Sentir que es el centro del universo en la vida de otro y confiar en que sí existe un para siempre. Como le gustaría ser protagonista de una de esas películas. Como quisiera que alguien quisiera dormir con ella durante todas las noches que les quedan por vivir.
Margarita O. suspira y piensa en ese amor que tanto espera y se rehusa a llegar.

11.25.2007

seca.

Margarita O. amaneció enferma. Desde que abrió los ojos no ha parado de vomitar y siente la cabeza en llamas.
Lleva tres horas pegada al water y cada vez se siente más débil. Hace rato que no le queda en el estómago, pero el vomito no cede. Margarita O. piensa que se va a secar si no para.

11.23.2007

Playa

Margarita O. está tendida bajo el sol. Usa un bikini negro que deja al descubierto los excesos de dulces alrededor de su cintura. En la cabeza lleva un pañuelo rojo a lunares que esconde sus pelos rebeldes.
Es un viernes caluroso. 29 grados dice el barómetro clavado en la arena y los dos incendios forestales en lo alto de la ciudad no ayudan en nada. Es una tarde de sudor y letargo. Los oficinistas que pasean por la avenida de palmeras miran con un dejo de envidia a quienes se bañan en la fría costa chilena.
La piel de Margarita O. huele a piña y coco. Está cubierta de un aceite que promete un bronceado instantáneo y duradero. Tiene los ojos cerrados y le arden las mejillas. Sabe que más tarde el ardor se extenderá por todo el cuerpo.
Margarita O. piensa que bronceada es una persona más alegre y por eso está entregada al sol. Está convencida que procesa mejor el litio en verano y por se da ánimo para seguir pegoteada en la arena.
Últimamente se ha sentido más triste que de costumbre. Extraña a Gabriel y a ella cuando estaba con él. El otro día le dieron ganas de llamarlo, pero sólo bastó recordar lo que le dijo al marcharse para que las ganas se esfumaran.
Ahora toma sol y a veces se le caen un par de lágrimas. Todavía lo ama, pero él ya no es el mismo y ese amor se pierde en el espacio. Margarita O. planea que el sol le evapore todo ese mal y así poder tener una noche tranquila. Lleva tres horas ahí y todavía no pasa nada.

11.20.2007

¿Me quieres?

Diego y Margarita O. están sentados a los pies un árbol. A su alrededor, escolares cimarreros, enamorados nostálgicos y ancianos solitarios pasean por los prados de la Quinta Vergara. Es una tarde calurosa y con olor a humo. Dos incendios forestales en lo alto son los culpables.
Bajo un frondoso castaño, Diego y Margarita O. se besan. Él la acaricia suavamente por la cintura y ella se deja querer. Así han estado gran parte de esta tarde.
- Me gusta estar contigo- dice en su oído y ella sonríe - ¿A ti te gusta estar conmigo? -
- Sí- responde y lo besa en la mejilla - Lo pasamos bien, ¿ o no? -
- Claro que sí, mi Margarita-
Ambos sonríen. Tienen esa expresión que sólo se tiene cuando las mariposas amarillas aletean fuerte en tu estómago. Es la cara del enamoramiento y esos primeros días donde todo aún es color de rosa.
- Margarita, ¿tú me quieres? - pregunta Diego y algo de angustia se deja ver desde sus ojos. Él se lo ha dicho tantas veces sin recibir respuesta alguna.
- ¿Y a qué se debe la pregunta?- contesta intentado disimular su incomodidad. De pronto ya no sonríe. Querer no es algo que esté en sus planes.
- Yo te quiero y mucho, entonces quiero saber si tú sientes lo mismo - dice nervioso. Siente una vibra negativa en el ambiente. Las risas se acabaron y de pronto ella se aleja. Sigue sentada junto a él, pero se ve distante y ajena - Lo siento, no quise enojarte... -
- No me enojé. No pasa nada - dice intentando sonreir. Lo besa para que él sonreía, pero no sucede nada - Ya, no seas exagerado. Si no me enojé. Todo está bien -
Diego se traga toda la angustia que siente y sonríe de mentira. Ella lo besa nuevamente y luego siguen bajo el castaño como si nada hubiera pasado.

11.17.2007

Barreras

- Te echaba de menos- le dijo Diego al verla. Su polera olía a Axé y el cabello a champú Pilotonic de manzana.
La besó de inmediato con pasión y ternura, pero Margarita O. no sintió mariposas en su estómago. De hecho, no sintió nada, por eso lo alejó.
- Tengo un poco de hambre, ¿comamos algo?- propuso sin mirarlo. Era triste no poder quererlo como a Gabriel.

11.14.2007

Sin uñas

Estación Villa Alemana, 17.10 horas. Como de costumbre, el calor es sofocante en esta ciudad perdida entre Quillota y Valparaíso. Y eso que al menos hoy corre una brisa tibia que algo refresca.
Margarita O. y su bolso de lunares esperan el tren con destino a Limache. Tuvo que hacer un transbordo o mejor dicho, quiso hacerlo. A decir verdad, no quiere llegar a su casa y por eso busca pretextos para demorarse.
Sentada en el andén, Margarita O. escribe en un cuaderno los temas que le presentará mañana al editor en Santiago. Entre idea e idea se ha fumado diez cigarros y ya no le quedan uñas. Hace siglos que no se sentía tan nerviosa.
No se lo ha dicho a nadie, pero la llamaron de una revista santiaguina y le dijeron que quizás era lo que estaban buscando. Ahora Margarita O. tiene la presión de haber sido considerada y por más que piensa no logra encontrar una propuesta que cumpla con las expectativas del editor. Eso cree ella y la angustia crece con cada minuto.
- En verdad no soy ni la mitad de cool de lo que la gente cree- piensa algo triste cuando el tren al fin llega a por ella.

11.12.2007

Guindas y helado de piña

Diego lleva más de una hora llamándola con insistencia. La última vez que vio las llamadas perdidas tenía treinta. Y ahora, mientras lava las guindas recién compradas, la pantalla de su celular se enciende una y otra vez. "Diego llamando".
Margarita O. no quiere contestarle. No tiene ganas de salir a buscar momentos fantásticos e irreales en Valparaíso. A decir verdad, ni siquiera tiene ganas de verlo. Hoy tiene ganas de estar en silencio y sola. Diego sería un estorbo en su tarde de helado de piñay guindas frescas.
- Soy una hueona rara- piensa mientras come, sentada junto a la ventana. El mar parece una taza de leche y las casas de colores resplandecen bajo los rayos del sol. Es una postal alegre de una tarde de noviembre.
La pantalla sigue encendiéndose. La llamada silenciosa insiste esperando a que alguien conteste al fin. Y mientras Margarita O. disfruta un helado con sabor a carnaval, Diego se preocupa pensnado que quizás un camión atropelló a su margarita y la ha perdido para siempre.
-Vamos, contesta... - se repite una y otra vez - Margarita, contesta el puto celular -
Horas más tarde, a ella le dolió la panza por comer tanto helado; a Diego, el corazón.

11.10.2007

Bjork es una margarita.

El vivero apareció de la nada. La mujer que atendía insistió en que siempre estuvo ahí, pero Margarita O. está segura que fue una sorpresa fantástica e irreal del destino.
Las margaritas costaban $550 y venían en unas macetas de lata. -¿Cuántas quieres? - preguntó la mujer de amable sonrisa. Adentro del vivero el calor era sofocante y faltaba aire. Lo único bueno era el olor a tierra húmeda que escapaba de las macetas.
-Sólo quiero una - contestó Margarita O. mientras se agachaba sobre las flores para escoger la suya. Dos margaritas iban a ser un problema. No quiso ni imaginar el caos que se armaría con una tercera.
Eligió una maceta que sólo tenía una flor. Todas las otras latas tenían varias margaritas asomándose desde la tierra mojada. -Es como una solitaria como yo- pensó al tomarla entre sus manos - Me llevo ésta - le dijo a la mujer de mejillas rosadas.
Tomó el colectivo y sentó a la margarita en sus piernas. Quiso hablarle, pero no supo qué decirle. Por la actitud de la flor, desganada y algo decaída, pensó ella también sentía lo mismo. A Margarita O. le agradó saber que tenían las mismas reacciones.
Ya en su casa, se sentó junto a la margarita. Miraban el mar desde la solitaria terraza del departamento -Decidí que te llamarás Bjork- le dijo sonriendo. Ya le estaba gustando su compañía. -¿Te gusta el nombre? Bjork , la verdadera, sólo hace cosas bellas e irreales. Se parece a ti -
Pero la margarita respondió con fría indiferencia y siguió con los pétalos caídos. A decir verdad, esa margarita que le hablaba no le interesaba en lo más mínimo. Al menos por ahora.

11.09.2007

Después

Diego vive en el Cerro Polanco, en una casa que se caerá en cualquier momento. Comparte la vida con tres compañeros que abandonaron la filosofía universitaria para aprenderla en el día a día. Dice que son como hermanos y los quiere incluso más que a los que llevan su propia sangre.
Tiene 26 años, un kiltro flacuchento que responde al nombre de "Bob Dylan" y un tatuaje en el brazo derecho con un dibujo que ni el mismo entiende. Llegó hace siete años desde Santiago y está contento de haberse escapado a vivir en los cerros porteños. Cree que no hay escenario más perfecto que ese que se da entre tanta subida y bajada.
Trabaja lavando platos en un restorán del Cerro Alegre y cuando no está con las manos perdidas en agua jabonada, camina por todos lados. La paga no es muy buena, pero le alcanza para mantenerse y permitirse ciertos vicios.
Hace unos meses terminó una relación de dos años y medio. Una mañana se levantó y sintió que la mujer que dormía a su lado era una desconocida. Le pidió un tiempo y ella se llevó el cepillo de dientes guardaba en su baño. Nunca más volvió a saber de ella. A veces se siente solo, pero está convencido que el destino le tiene preparado algo bueno. Eso quiere creer.
- Y tú, ¿quién eres? - preguntó, apagando la colilla del cigarro. Del jugo de frutas ya no quedaba nada y el reloj decía que eran más de las tres de la tarde.
Margarita O. guardó silencio. La pregunta siempre la descolocaba.

11.03.2007

En el cementerio

Margarita O. llegó temprano al cementerio. Llevaba un ramo de rosas blancas, las preferidas de su abuela. Hace mucho tiempo que no visitaba un campo santo. Por lo general ese ambiente de silencio, solemnidad y nostalgia la deprimía. No así hoy. Ahora era lo que más necesitaba. Un poco de calma en medio de la efervescencia de la ciudad.
Se arrodilló junto a la tumba, mientras una bandada de gaviotas volaba sobre su cabeza en dirección al cielo. Era una mañana despejada que anunciaba una tarde calurosa y soleada en Valparaíso.
En el nicho donde yacen los restos de Ema Catalina, hay un epitafio a la memoria de quien fuera una esposa, madre y abuela ejemplar. Poetisa, profesora rural y amante incondicional, Margarita O. siente que todo lo que es se lo debe a esa mujer. - Me habría gustado poder conocerte más, abuela - pensó mientras acomodaba las primeras flores sobre uno de los gastados floreros.
Las rosas blancas se fusionaron con el mármol de la lápida. Margarita O. trató de imaginar cómo luciría el rostro de su abuela en vida al ver el ramo de flores en sus manos. Era demasiado niña cuando ella partió. Nunca alcanzó a llevárselas mientras su corazón aún latía y eso no dejaba de atormentarla. Sentía que esa abuela a la que poco conoció habría sido de gran ayuda para entenderse a ella misma.
-Perdona, ¿podrías decirme quién eres tú? - interrumpió una voz ronca. Margarita O. se volteó y vio a un joven de cabellera castaña y ojos miel.
-¿Qué?- exclamó asombrada. La pregunta le pareció toalmente impertinente para el momento -¿Qué te importa? -
-Perdón, perdón - contestó arrodillándose junto a ella - Me pareciste muy linda. Eso es todo. ¿Te estoy molestando? -
- No, no sé. Es que estoy acá rezándole a mi abuela y tú me preguntas que quién soy. Me frikió un poco. Eso es - dijo, ahora algo avergonzada. El joven le pareció atractivo, sobre todo por la intensidad de su mirada - Me llamo MargaritaO. ¿y tú? -
- Diego. Diego El Mago- susurró cerca de su oído, estremeciéndola.
- ¿Y qué hace Diego El Mago en el cementerio tan temprano? - preguntó, mientras se levantaba. Se puso muy nerviosa. Demasiado.
-Estaba buscando flores marchitas para revivir con mis dedos mágicos - dijo sonriendo -¿Te gustaría ir a tomar un jugo conmigo?-
Margarita O. sonrió y pensó que no le venía mal un jugo de frutas para continuar el día.

10.18.2007

Softporn y leche para dormir.

De la biblioteca llegó cansada, con las manos negras y las pulgas encaramándose desde las piernas. La subida le dejó el corazón saliéndose por la boca. Sólo atinó a lanzarse sobre la cama cuando por fin abrió la puerta del departamento.
Estaba cansada y triste todavía. Y eso que estuvo todo el día ocupada en los diarios viejos del año 92. La congoja era más fuerte que la preocupación por avanzar rápido en esa tesis que la tenía estancada desde hace doce meses.
Eran las 19.30 cuando se quedó dormida sobre la cama. Desnuda y con la ventana abierta para que la brisa no dejara de acariciarla. La primavera había traído tardes calurosas en estas tierras con vista al mar.
Durmió hasta pasadas las diez y sólo se despertó por la música fuerte de unos vecinos que celebraban el triunfo de Chile en uno de esos partidos sobre valorados que tan feliz hacían a los hinchas. Margarita O no podía creer que había dormido tanto.
Trajo agua desde la cocina y se tendió sobre la cama. La esperaba una noche de insomnio y pensamientos negativos. Se sintió más sola que nunca y encendió la televisión. Daban Billy Elliot.

Las horas pasaban lentas y Margarita O. no dejaba de preguntarse en qué momento la vida se le fue al carajo. Si en verdad hubo un tiempo en el que fue tan feliz y tenía todo lo que siempre había deseado. ¿Cómo es que ahora está sola mirando t.v sin siquiera un plan?

En The Film Zone daban una de esas películas eróticas y la dejó. Era pasada la medianoche y pensó que quizás sería bueno masturbarse un rato e imaginarse que en algún lugar de la tierra existía alguien que en este minuto quería hacerla chillar.

Sin calzones, con el control remoto a un lado y las piernas bien abiertas, Margarita O. vio la historia de Jack, Virginia, Laura y Bryan; un cuarteto amoros donde abundaban las ricos, los autos lujosos y las falsas caras de placer.

Cuando se aburrió ya era tarde y todo estaba en silencio. Afuera las estrellas brillando y las nubes amenzando con robarse el sol que los turistas querían disfrutar. Margarita O cerró la ventana y vio a un sujeto que fumaba en el departamento del frente. Se miraron unos segundos y ella se apuró en cerrar las cortinas.

Preparó una leche tibia con cáscara de naranja y pénsó en que mañana sería otro día. Ojalá mucho más corto que éste.

10.15.2007

Margarita y las estrellas

El cielo estrellado y la luna creciente que hoy parece de plata. El viento está soplando fuerte y frío en el balcón del departamento de Margarita O. Lleva ahí más de veinte minutos. Se siente algo sola en este lunes y busca compañía en el paisaje que la rodea.

Desde la habitación se escapa "Crush", de los Smashing Pumpkins. Algo de nostalgia hay en el ambiente. Dulce y agraz es el sentimiento que la envuelve. Igual que ayer y antes de ayer, y todos estos últimos días.

Últimamente tiene pocas razones para sonreír y más de una lágrima ha escapado desde sus ojos. La tristeza es tan grande que Margarita O. ya no se siente fantástica ni irreal. Una sombra oscura la abrazó y se robó ese brillo que escapaba de sus labios.

Ahora, cuando la noche cae, le cuenta a las estrellas el porqué de su congoja. - Este dolor tiene nombre y apellido - dice y el firmamento eterno pone oído. Esta es una historia repetida.




10.04.2007

Día de compras.

Le pagaron tan poco que pensó que no valía la pena ahorrar. Después de todo, éste era el sueldo de ese domingo en el que trabajó aún cuando el pecho le sangraba. Metafóricamente hablando, claro. Porque Margarita O. no ha sido apuñalada. Al menos no por un delincuente.

Con los tres billetes guardados en el bolsillo derecho de su pantalón, comenzó a caminar. Irse de copas con los amigos estaba descartado. No andaba con ánimo de cerverzas ni fiesta. En los últimos días se había vuelto introvertida y silenciosa. Algo en ella estaba cambiando.

Decidió que iría a la feria de antiguedades en búsqueda de un objeto fantástico e irreal. Margarita O. caminó varias cuadras, pensando en lo que le gustaría encontrarse. Una armadura, un tocadiscos, o un sombrero de militar ruso. También le gustaría un perfumero, un collar de perlas o un libro con poemas de Rimbaud en francés.

Después de varias cuadras caminando bajo el sol de octubre, finalmente llegó a la feria de avenida Uruguay. Como siempre, los objetos estaban puestos sobre manteles ordenados, uno al lado del otro, a lo largo de la vereda. Libros, ropa, joyas, artesanía, vajilla; era tanta la oferta. Incluso podía comprar gomas para las llaves, desatornilladores y clavos.

Pero fue un lápiz dorado, con una pequeña rosa plateada, el objeto que finalmente llamó su atención. - ¿De qué año es?- preguntó y el sujeto del puesto le inventó una historia tan buena que decidió comprarlo. Claro que el lápiz no era de ningún ex Presidente de la República y de seguro que con él jamás se firmó un documento secreto para impedir una guerra con Argentina, pero por un relato como ese bien valía la pena gastar la mitad de uno de sus billetes.

- Pagar por una buena historia nunca es un derroche- pensó Margarita O. cuando tomaba el tren de regreso a Quillota, con un lápiz usado en sus manos.




10.02.2007

Margarita O.

Margarita O. tiene 24 años y toda una vida por delante. Eso le dice su mamá; ella no lo cree tan cierto.

Es baja, paliducha y de figura voluptuosa. Para algunos demasiado grande; perfecta para otros. Se tiñe el pelo rojo y sus ojos son del color de la miel. Eso sí, son pocos los que le roban una mirada.

Margarita O. baja un disco al día; lee un libro a la semana y se duerme viendo televisión. En las mañanas juega con su bajo, y en las tardes se dedica a escribir. La mayor parte del tiempo está soñando. Es una chiquilla demasiado soñadora.

A veces, Margarita O. siente que no cabe en sí tanta felicidad y entonces inventa/crea/sueña/delira mundos fantásticos e irreales donde se vuelve todopoderosa.

Lo malo, es que cuando no está perdida en estas tierras de ensueño, Margarita O. se siente un poco sola y añora esos días en los que no necesitaba soñar para sentirse feliz. Pero eso es otra historia.

Hoy,es distinto el comienzo de este cuento de Margarita O.

10.01.2007

Margarita Cero.

- Ahora si que todo parte desde cero - dijo Margarita O esa mañana.

El sol brillaba afuera. Era todo un día de primavera.