Diego lleva más de una hora llamándola con insistencia. La última vez que vio las llamadas perdidas tenía treinta. Y ahora, mientras lava las guindas recién compradas, la pantalla de su celular se enciende una y otra vez. "Diego llamando".
Margarita O. no quiere contestarle. No tiene ganas de salir a buscar momentos fantásticos e irreales en Valparaíso. A decir verdad, ni siquiera tiene ganas de verlo. Hoy tiene ganas de estar en silencio y sola. Diego sería un estorbo en su tarde de helado de piñay guindas frescas.
- Soy una hueona rara- piensa mientras come, sentada junto a la ventana. El mar parece una taza de leche y las casas de colores resplandecen bajo los rayos del sol. Es una postal alegre de una tarde de noviembre.
La pantalla sigue encendiéndose. La llamada silenciosa insiste esperando a que alguien conteste al fin. Y mientras Margarita O. disfruta un helado con sabor a carnaval, Diego se preocupa pensnado que quizás un camión atropelló a su margarita y la ha perdido para siempre.
-Vamos, contesta... - se repite una y otra vez - Margarita, contesta el puto celular -
Horas más tarde, a ella le dolió la panza por comer tanto helado; a Diego, el corazón.