- ¿Cómo te has sentido? - preguntó el doctor M, revisando la ficha médica llena de anotaciones en rojo - Te perdiste casi un mes y medio. ¿Qué ha pasado? -
Margarita O. lo miró fijamente y en un segundo toda su vida pasó frente a sus ojos. Llevaba varios días pensando en lo que tenía que decirle, pero no pudo. Sin saber por qué rompió en llanto. Sintió tanta pena.
Con la expresión de siempre, el doctor M. le acercó la caja de pañuelos desechables y luego silenció la sinfonía de Bach que ambientaba la consulta. -¿Quieres hablar sobre tu pena ?- preguntó igual que otras veces y empezó a escribir un nuevo capítulo en la historia de la tristeza de Margarita O.
Entre sollozos y suspiros, ella le contó que estaba más sola que nunca y que últimamente dormía más de catorce horas al día. - No tengo ganas de levantarme nunca más - dijo y lloró con fuerza para reforzar sus palabras. A ratos, le parecía que la escena frente al psiquiatra era tan cliché que rayaba en lo patético. Aún así seguía visitándolo cada cierto tiempo.
- Te aumentaré la dosis de quetapina y no dejes de tomarte el remedio. Estoy seguro que además has vuelto a beber - sentenció el doctor M. - ¿Me equivoco? -
Margarita O. pensó en todas las botellas vacías que tiraba a la basura y el asco que sentía en las mañanas producto del vino tinto barato que la emborrachaba.
- Tomar no es la solución a tus problemas - comentó mientras ordenaba la receta.
- ¿Y estas pastillas sí? - repuso ya sin lágrimas en los ojos. - Soy una maldita drogadicta legalizada -
El doctor M. le pasó una pídola naranja y un vaso de agua. Ella la tragó enojada y dolida. Todo era patético.