Era un cuaderno rosado y grueso que estaba escondido bajo la almohada. No lo sintió durante toda la noche, pero ahora, cuando esperaba que Margarita O. regresara con el pan para el desayuno, el objeto le había incomodado en la nuca. Así fue como lo descubrió.
Gabriel dudó, pero finalmente decidió abrirlo. Había dado con el famoso diario de vida de Margarita O. y creía que echarle un vistazo rápido no tendría nada de malo. - Si fuera tan secreto no lo dejaría tan a la vista- se dijo cuando el cuaderno ya le mostraba la página del 12 de octubre.
"Falso, cínico y traicionero", fueron las palabras que acaparon su atención.
"Tiene a otra. Él cree que no lo sé, pero se equivoca. Lo sé desde siempre, porque nunca he dejado de amarlo y él no sabe que las malas noticias vuelan. Ya nunca más seré la margarita de su maceta colorida, ya nunca más existirá este amor de sinfonías fantásticas e irreales.
Dijo que quería estar solo, que no quería quererme más de lo que me quería. Se bajó del tren y me dio un beso en la mejilla. Así selló su sentencia y prometió que me olvidaría. Lo hizo. El maldito cínico y traicionero tiró por la borda todo el amor y luego se fue a revolcar con otra. Otra. Quizás siempre estuvo, quizás ella era la oficial y yo la estúpida que le creía una mentira.
Pero lo sé. Le dedica mil besos que antes eran míos, y la visita después de clases. La abraza e intenta quererla. Quererla como alguna vez me amó a mí. Como quiso dejar de quererme...
No sé qué esperar, ni qué debo hacer. La persona que juró que jamás me haría daño terminó por destruirme el corazón y bailar sobre sus pedazos. Me apuñaló por la espalda. Me enterró viva...
Ya no sé qué creer"
Las lágrimas de Gabriel borraban las palabras que Margarita O. escribió con tanto dolor, aquella tarde en la que descubrió la existencia de A. Intentaba ahogar sus sollozos antes de que ella llegara.
Tenía que olvidarse de todo y hacer como que nada. El pacto de silencio en el que se comprometieron a no hablar de lo pasado tenía que seguir. No podía darle cabida a las preguntas, a que la sinceridad terminara por revelar detalles aún más horribles de esos meses de oscuros.
Guardó el diario otra vez bajo la almohada, pero era imposible dejar de llorar. Las palabras que leyó le herían como mil dagas contra su pecho. Sentía verguenza y asco de sí mismo. Él era el responsable de una gran pena que cargaba sobre los hombros de su margarita.
Entonces se abrió la puerta y ella apareció sonriente con una bolsa de pan entre sus brazos. Margarita O. y su cabello rojo, sus ojos grandes y su expresión de lesa. Gabriel corrió hacia ella y se lanzó a llorar en su pecho.
- Soy una mala persona- sollozó antes de que el llanto se robara su voz.